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Writer's pictureLaura Toro

En la puerta de la cumbre también se puede flaquear

O como diría el clásico adagio popular, en la puerta del horno también se puede quemar el pan.


Es curioso pensar que cuando uno empieza una travesía de este nivel, siempre los primeros pasos son felicidad y entusiasmo sin pensar lo que se viene cuesta arriba. Pero esto es parte del proceso que llevo trabajando hace varios años, de vivir el momento, el ahora y respirar cada paso que se da; esto es el polo a tierra más eficaz que existe, y sin duda, más barato que un psicólogo. Lo venía trabajando en la bici, y esta vez tocaba hacerlo desde las cálidas tierras del Valle del Cocóra hasta el frío hielo de la inmensidad del Nevado del Tolima.


Cuando nos concentramos todo el equipo en las puertas del Parque de los Nevados, sentí como una charla más al empezar una caminata ecológica en un parque protegido, una tranquila caminata de un par de horas y ya está. Empezamos el recorrido rodeado de turistas y a cada uno que veía pensaba “mmm este se ve que es turista, no debe ir muy lejos”, yo me sentía disfrazada. Empezamos a subir y un par de kilómetros paramos para hidratarnos. Los guías nos decían “bueno muchachos, aprovechemos para hidratar que es importante, vamos a subir despacio para ir aclimátandonos a la altura, a sentirnos cómodos por ahora pero más incómodos más adelante. Vamos a ir primero a la Finca la Argentina donde haremos nuestra primera parada para descansar”. Nos repitieron unas 50 veces cada uno de los recorridos, kilómetros y tiempos hasta llegar a ese primer destino y yo solo sentía que me entraba por un oído y me salía por el otro. No sé si era ya efectos de la altura (preocupante, porque no llevábamos ni 300msnm) o si simplemente quería que cada paso me fuera mostrando el camino, la distancia y el tiempo.


Cada vez veíamos menos turistas, y eso me daba un poco de emoción porque entendía que ya íbamos más adelante que cualquier otro cristiano podría alcanzar. De un momento para otro, uno de los guías nos dijo que sacáramos los bastones que nos iba a ayudar a subir y no cargar tanto las piernas. En ese momento me acordé mucho de Cata Salazar que me dijo hasta el cansancio “lleva bastones”. La verdad no les tenía ni cinco de fe, nunca los había usado y no tenía idea de cómo agarrarlos, sentía que iban a ser un estorbo. Long story short, hoy en día no sé cómo seguir mi vida sin bastones en Bogotá. Se volvieron en mi mejor amigo de principio a fin.


En el recorrido había momentos de silencio, supongo que todos íbamos en estado de concentración; en otros momentos, sentía ganas de soltarle alguna pregunta a uno de los guías que divino él, pero hablaba más que un perdido cuando aparece. Era el mejor remedio para olvidarse un poco del tiempo y perderse en las historias que nos contaba. Yo intentaba siempre estar entre la primera y segunda después del guía, esto me ayudaba a encontrar un ritmo y no dejarme coger ventaja. Efectivamente así fue hasta la cumbre. Finalmente llegamos a la Finca la Argentina, una casa campesina humilde, con camas hechas por ellos mismos y aunque incómodas, sentía agradecimiento por acogernos. Claro, no hay nada gratis, pero aún así, es tener un corazón muy grande recibir gente extraña todos los días, cocinarnos comida casera, caliente y con la mejor intención de querer ayudarnos en nuestra travesía. Cuando nos asignaron camas, ni se me pasó por la mente lo que uno siempre busca: línea blanca hotelera, almohadas con plumas, jabón de baño y demás…mil personas se habrán cobijado con las mismas cobijas con las que me envolví y me tapé la cara hasta los ojos para no sentir frío. Tuve la ventaja de tener mi propio radiador a mi lado, que sin duda hizo todo más fácil. El desayuno del siguiente día, qué les puedo decir, siempre que haya huevito y fruta, soy feliz….lo disfruté sin saber que no volvería a comer eso hasta el día de devolvernos. Salimos muy temprano al siguiente día y el volcán estaba despejado; habría querido que no estuviera tan limpio allá arriba, porque se veía inalcanzable, tenebroso, imponente…salvo por eso, la travesía no fue muy diferente, tal vez un poco más de frío y más nublado, pero mirando para atrás, me sentía orgullosa de hasta dónde habíamos llegado. Ese día no eran más de 6 kilómetros de recorrido, pero nos demoramos unas 10 horas en llegar al siguiente punto que era la Finca la Playa. Desde que arrancamos de Cocóra, no tuve señal en el celular, pero realmente mi única preocupación era poderle decir a mis papás que estaba bien. Era la primera vez que pasaban dos días sin comunicarme con ellos y eso me daba un poco de ansiedad. Llegamos finalmente a la Finca la Playa y la idea era dormir lo que más pudiéramos porque la salida iba a ser ese mismo día a las 10:00pm rumbo a la cumbre. Dormí 20 minutos, y justo antes de tener que levantarnos, me dio un sueño terrible pero ya era muy tarde, había que salir. A ese punto, llevaba dos días sin bañarme. Ni cuenta me di.


Arrancamos y todo estaba muy oscuro. Creo que fue bueno porque solo me concentré en la tierra y en mis pasos, y cuando me di cuenta, habíamos avanzado un montón. Empezamos a subir una zona que se llama Arenales. Creo que es de lo más duro de empezar a subir a cumbre. Es una arena que parece de un parque de niños a la que acaban de rellenar con arena fresca, los pies se hundían y tal como nos dijo el guía, tenemos que tener paciencia porque cada paso que damos, no solo nos vamos a hundir si no que nos vamos a devolver unos tres. No lo creía hasta que efectivamente pasó, me daba tanta risa que me ahogaba…había que volver a polo y controlar la respiración. Es muy rico reírse y todo, pero en esos momentos, cada carcajada me quitaba el 50% del aire y sentía que me mareaba. Seriedad por favor.


Llegamos a un punto que se llama Helipuerto; ahí comimos, entramos “al baño” y nos pusimos los arneses. Empezamos a subir y vi unas piedras inmensas a lo lejos y dije “humm, de pronto la vuelta es por acá”. Paramos al frente de las rocas y el guía nos empezó a ponernos las cuerdas en el arnés. Sentí derrumbarme, esto no estaba en el brochure, no estaba preparada, no tenía experiencia. El guía nos dio un par de instrucciones y dije en mi cabeza “¿qué? ¿Eso es todo? ¿No nos va a decir nada más?” Solo pensaba “pucha, tengo que decirle a mis papás que voy a hacer esto y que puede ser peligroso y que tal vez no los volvería a ver” (claro, lo que es capaz la mente. Me llevó al túnel y me trajo). Empecé a llorar en silencio, desconsolada, no había marcha atrás….Felipe y el guía me preguntaron “todo bien?” y yo dije “sí, pero tengo mucho miedo. Igual voy a hacerlo con miedo, pero quiero que sepan que estoy aterrada de esto”. Lloré un poco más y me acordé de unas palabras de mi mamá que dicen “no llores porque las lágrimas no te dejarán ver la luz” y aunque el contexto es un poco diferente, me cayó como anillo al dedo. Las lágrimas no me dejaban ver dónde tenía que poner el pie y pensaba que iba a ser peor. Me sequé las lágrimas y poco a poco empecé a subir hasta que llegamos a la cima. Seguimos caminando y llegó lo más esperado…ver ese piso blanco de hielo, el amanecer, la fumarola del Ruiz…mejor dicho, un espectáculo.



Sentía que había pasado lo más duro, hasta que intenté ponerme los crampones. Me los había medido la noche anterior, los había ajustado a mi talla…me tocaron los más viejitos y oxidados, pero no les paré bolas. Empezamos a subir ridículamente despacio, y el crampón derecho empezó a moverse, la bota empezó a salirse y dije “esto va a estar largo”. En una de esas, mientras miraba todo lo que nos faltaba, había un desnivel de hielo que no vi. Di el paso y la rodilla izquierda se dobló hacia el otro lado (el lado no natural, técnicamente doloroso se llama hiperextensión de rodillas). Me asusté, pensé que no podía seguir, pero en ese momento agradezco el ejercicio y la fortaleza que he ganado con mi disciplina en el gym, el fortalecimiento y de alguna manera, poco o nada, algo de estiramiento. Respiré profundo porque claramente me dio vueltas la cabeza, me preguntaron si estaba bien, dije que sí y seguimos caminando. Llegamos a esa primer a cumbre antes de las morreras (que es un pedazo de tierra que seguro ha quedado de tanto deshielo) y les dije “no quiero seguir, creo que no hay necesidad, desde acá se ve la cumbre”. Creo que todos me querían ahorcar jaja pues todos estábamos amarrados, no me podían dejar sola y no podían subir solos. El guía me ajustó los crampones y se dio cuenta de lo desagradecidos que eran, hasta el se salió un poco de sus cabales y lo sentí tan molesto que internamente dije “no me puedo seguir quejando” hice buena cara y le dije “listo German, están perfectos, sigamos que no falta nada. Ánimo”. Creo que me dijo “esta pelaa, ahora los pájaros disparándole a las escopetas”. Seguimos subiendo hasta que finalmente ahí estaba, la cumbre recibiéndonos con los brazos abiertos; y no solo la cumbre, sino todos los demás que ya estaban allá tomándose fotos. Era un poco la carrera contra el tiempo porque seguía tan despejado que el sol ya estaba calentando y nos estábamos derritiendo junto con el nevado”. Felipe venía detrás y apenas me volteé para mirarlo, vi algo de lágrimas en sus ojos y nos abrazamos y entre sollozos y voz temblorosa (de ambos), me dice “amor lo logramos. Casi flaqueamos, pero lo logramos”. No necesitaba nada más en ese momento, sentirlo a él y sentir la emoción que esto nos trajo a los dos, no tiene precio. Podría parar la historia acá, pero falta el regreso. Lo haré corto. Tres momentos para resaltar: rodarse por el Arenal, llegar al refugio, bañarse y dormir, ver el parque del Cocóra a lo lejos y pegar carrera como si hasta ahorita estuviera arrancando, claramente era el afán de llegar y pensar “uff, logré todo lo impensable”.

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