Había una multitud de posibles títulos para este blog, generados por una serie de situaciones, particularmente de salud, que precedieron a lo que iba a ser la Maratón de Chicamocha. En menos de un mes, esta se convirtió en una media maratón. En 2019, había participado en esta maratón, la cual disfruté en particular por los paisajes y por la sensación de poder que se experimenta al alcanzar la cumbre de la primera montaña, después de contemplar ese majestuoso cañón. Deseaba fervientemente completar la primera media maratón y conservar la suficiente energía para escalar el segundo tramo más desafiante de la carrera, “las antenas”. Aspiraba a concluir los últimos 5 kilómetros corriendo con fuerza, ya que durante mi primer intento, los últimos 5k me resultaron especialmente difíciles. Sin embargo, esta vez mi cuerpo dictó otra historia. Tuve que escucharlo y seguir los sabios consejos de Talucita, mi entrenadora, quien me recomendó reducir la distancia de la carrera. Acepté su consejo.
La carrera comienza con 2km planos antes de llegar a la falda de la montaña. Corrí con todas mis fuerzas durante estos dos primeros kilómetros para evitar tener demasiada gente adelante mío, y efectivamente, logré llegar entre los primeros antes de iniciar el arduo ascenso de 7,8 km con una elevación de 1200 metros. Era la segunda mujer y cuidaba mi posición durante toda la subida de la montaña. Mi estrategia consistía en dejar a los hombres entre la corredora con visera roja (la tercera mujer) y yo. Coronar la montaña tiene su encanto. Unos dos kilómetros antes del punto más alto, hay señales en las rocas que anuncian la primera tienda a 800 metros, 500 metros, 300 metros... En mi primer intento, caí en la trampa de estos anuncios, ya que en mi mente tienda equivalía a cima. Pero esta vez, con la experiencia previa, entendí que tienda significaba seguir recto y llegar al primer punto de control. Preparar la mente para detalles como estos ayuda mucho porque para mí, correr es tanto físico como mental, y es fundamental no dejarse engañar por la propia cabeza. Es ese mágico poder de controlar los pensamientos a tal punto que el cerebro no envíe señales incorrectas al cuerpo.
Al llegar al primer punto de control, bebo algo y como sandía, que me refresca enormemente. El calor era intenso, debían ser alrededor de las 10:30 a.m. y el sol no tenía piedad. Ya me había cruzado con Su Santidad, un compañero del equipo a quien el sol había castigado duramente. También veo a corredores de maratón descansando o caminando lento. De este primer punto de control salgo junto a Dani y continuamos juntos. Le advierto: “no nos quedemos pegados a los de maratón que van caminando lento porque nos desacelerará”, y como caballos con los ojos puestos en la meta, seguimos adelante. Mi mensaje interno era: “ahora sí, a disfrutar esto que comenzó lo corrible”. No sé qué sucedió con mi cuerpo y mi mente, pero llegamos a unos repechos de tierra roja, completamente trottables, mucho menos desafiantes que la cumbre que acabábamos de coronar y mucho menos duros que lo entrenado, pero comienzo a sentir unos dolores en el estómago que me obligan a caminar un rato. En ese punto, permito que Dani siga a su ritmo y examino qué puedo ajustar en mi cabeza (dentro de lo posible) para poder seguir trotando. Lo logro, comienzo de nuevo a correr con la esperanza de alcanzar a Dani. Durante el camino, empiezo a apoyarme en otros hombres, especialmente en las cuestas, de hecho les pido ayuda para seguirles y muy amablemente me animan. Lo hermoso de la montaña es esto, que aunque estás en competencia, existe un sentido de colaboración increíble, especialmente de los hombres hacia las mujeres, o al menos así lo percibo yo. Llego al segundo punto de control que está en zona urbana y por un momento vuelvo a ver a la chica que viene en tercer lugar. Increíblemente, pensé que se había quedado muy atrás, pero al parecer, allí estaba. Doy una segunda mirada y veo a un hombre con una camiseta similar, entonces no estoy segura si realmente me sigue de cerca o si fue una confusión. Salgo del punto de control con Dani de nuevo y comenzamos a descender por unas bajadas un poco técnicas, en las que gracias al entrenamiento ahora bajo con seguridad. Así empezamos a descender rápidamente con Dani y un par de chicos más. Llegamos a dos puntos confusos en el recorrido y perdemos allí un par de minutos tratando de descifrar la ruta (nadie llevaba el mapa). Seguimos bajando. Uno de los chicos se queda atrás, pero continuamos firmes con Dani y un paisa que venía con nosotros. Unos 2,5 kilómetros antes de la meta, veo a un chico de maratón con un calambre, sufriendo bastante, y pienso que tengo un Alka-Seltzer y que podemos ayudarlo. El pobre hombre todavía tiene que recorrer más de la mitad del camino. Nos detenemos con Dani y saco mi Alka-Seltzer. Esperamos a que lo disuelva y continuamos nuestro recorrido. Y, oh, sorpresa, la chica con la visera roja pasa a nuestro lado. Acelero el paso para no dejarla avanzar tanto. Sin embargo, no logro seguirle el ritmo en la bajada. Llegamos a Barichara y lo único que veo al llegar es que es una pendiente muy inclinada. Y nada, lo único que sé es que no puedo aflojar. No iba a dejarla ir así como así. Durante la subida me dice “adelante tú”. Pienso que no puede ser que se haya rendido aquí. Pero efectivamente, sigo apretando porque la carrera aún no termina. Y sorprendentemente, la llegada a la meta es una bajada increíble, la cual ella baja mucho mejor que yo, sacándome dos segundos de ventaja. Mi única sensación es que luché hasta el final. Dos veces he tenido la oportunidad de dar el sprint final y es una sensación entre "me voy a morir" y "no voy a dejar que me ganen" la que se vive antes de cruzar la meta. Agradezco a Dios por correr, por ser fuerte, por recuperar mi estado de salud y me llevo un montón de aprendizajes para la carrera y para la vida.
Para mí una posición en la carrera como en los demás aspectos de la vida jamás debe desviarnos de nuestra perspectiva como seres humanos. El éxito en la vida se debería medir en el bienestar que generamos a la sociedad
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