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¿Yo, ganando un mundial? Jamás lo habría soñado

  • Writer: Diana Acuña
    Diana Acuña
  • 1 day ago
  • 4 min read

Clasifiqué en una carrera en Paipa… de la cual casi no hablamos, no por el resultado, ni por la carrera en sí, sino porque la corrí con solo 3 horas de sueño después de un concierto. A veces la vida te pone en el lugar correcto… aunque llegues trasnochada.


Ese mundial fue en Sugarloaf, al norte de los Estados Unidos. Apenas clasifiqué, armamos el plan con mis papás para estar allá. Pero como en toda buena aventura, hubo obstáculos: cambios de vuelo, retrasos, distancias largas. Por momentos, pensé que ese sueño se escapaba. Pero las cosas se alinean cuando estás hecha para vivirlas. Allá estuvimos los tres. Yo con mis pies en la montaña, y ellos con el corazón (y la camiseta) en la barra.


No tengo cómo agradecerle a Cris y Santi por su desvelo para recogernos a 200 km del lugar de la carrera, ni a toda la buena vibra de los mundialistas y mi querida Talu.

Estar en un mundial me mostró que sí tengo nivel. Que soy buena. Que claro, hay chicas con muchísima fuerza subiendo y bajando montaña, y en vez de intimidarme, eso me inspira. Me hace querer mejorar, cuidar cada detalle y seguir creciendo para estar a la altura.

La carrera tenía segmentos especiales: una subida, una bajada técnica y un plano, todos premiados. Esos tramos se volvieron metas dentro de la meta. Me recordaban lo que dice Talu: ponerte objetivos pequeños, uno a uno. Me entregué en cada uno. En la bajada no me fue tan bien—es mi punto débil—pero lo di todo. Ahí sudo más por lo mental que por lo físico, voy tan concentrada que me desgasta… y sé que tengo que seguir trabajando en eso.


Me sentí fuerte. Caminé poco. Me ponía retos: pasar a tal corredor, aguantarle el paso a otro. Y sí, pasar hombres en la carrera es uno de mis placeres culpables. Algunos aceleran cuando te ven venir, pero al final, la montaña pone a cada quien en su sitio.

En medio de todo, me dio un leve dolor de cabeza. ¿Deshidratación? ¿Sal? ¿Energía? No lo pensé mucho: me hidraté, comí sal, un gel, me acomodé la visera. Lo que fuera, funcionó. El dolor se fue. Y entonces pasó algo mágico: un reflejo del sol en el suelo, filtrado entre las hojas, como si alguien hubiera puesto papel celofán dorado en el camino. En ese instante pensé en Emma, Dharma y Danna. No me importa si un día correrán montaña. Solo deseo que amen la naturaleza, que se maravillen con esos detalles que la vida nos regala si bajamos el ritmo.


Esta carrera fue dura: inicio empinado, bajada brutal, luego columpios y tramos para correr fuerte. Me dolía la cadera, los isquios, me caí y me golpeé un dedo… pero seguía. Saltaba raíces como podía.


Competí de cerca con tres chicas. Una se quedó atrás, otra me pasó y no me resigné: la alcancé. Me enredé buen rato con otra en un single track, ella con bastones. No podía pasarla, pero sabía que sin ellos correría mejor. Cuando al fin logré adelantarla, me enfoqué: llegó el primer segmento con premio, la subida, y me lancé con todo. Cuando vi que esa misma chica ganó el premio… más motivación aún para subir más fuerte y dejarla atrás. Luego me alcanzó en la bajada, claro. Otra lección: ¡hay que seguir puliendo técnica!

Más adelante, vi una camiseta rosada de Tri & Trail: ¡Jorge! ¿Le pasó algo? Aceleré para alcanzarlo. Cuando lo hice, ahí estaba también mi “rival”, recargando agua. Yo, sin pensarlo, tomé Gatorade, una manzana y salí. No me iba a dejar alcanzar. En una subida encontré a Cris, me dijo que iba molido. Le dije: "Piensa que vas a empezar una carrera de 16 km". Yo no podía parar, había dejado a mi competidora atrás y no quería perder esa ventaja.


Seguí avanzando, pasé hombres, me caí un par de veces, pero nada grave. Y entonces… vi al papá de Cris. Le grité para avisarle que venía y supe que el mío estaría listo para grabar. Cuando vi a mis papás con su camiseta neón, me llené de felicidad. Le di un beso a mi mamá, choqué la mano de mi papá y subí la última cuesta corriendo—porque con papás mirando, no hay opción de caminar. Crucé la meta sin saber mi posición, solo feliz de haber llegado, de verlos ahí, de sentir que todo había valido la pena.


Esperé a Cris, le entregué la bandera. Luego llegó Jorge, lo mismo. Solo quería que estuviéramos juntos. Y cuando vimos los resultados en el computador… sorpresa: ¡campeona en mi categoría! Séptimo lugar entre las mujeres. No lo podía creer.


Hoy, cuando lo pienso, solo puedo decir gracias. Gracias por estar ahí, por los paisajes, por la montaña de ski convertida en pista de mundial, por la compañía, por el apoyo. Y por recordarme algo que ahora puedo decir con certeza:


Si alguna vez han dudado en hacer algo, háganlo. Atrévanse. Nunca sabrán si eso que hoy los asusta, puede volverse su pasión... o el lugar donde se conviertan en campeones del mundo 




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